En el bareto del pueblo estaba un gigante. Estaba bebiendo.
Estaba enamorado de una princesa que, (para no variar, y para alimentar la
imagen de las princesas ante los ojos de las pequeñas niñas a las que les
suelen leer un cuento antes de dormir) era noble, hermosa y de corazón puro.
Pero la princesa no quería a nuestro amigo, no lo quería
porque ser gigante y por ser feo. A nuestro gigante eso no le importaba, pero
el gigante también era un bandido que practicaba los dogmas de la maldad de vez
en cuando. Debo aclarar desde este momento que el gigante no era un ser
maligno, pero él era pobre y humilde, y de cuando en cuando debía asaltar para
vivir, puesto que nadie le contrataba en un trabajo; ser gigante no es nada
bueno en nuestros días.
El hada madrina, habiendo visto toda la escena de sus días y
la desdicha de su corazón, se conmovió, y cuando el gigante llego a casa, notó
como una luminosa luz le seguía, cuando se volvió, la vio, y ella dijo que le
concedería un deseo, el pidió le convirtiera en un apuesto príncipe, y el hada
madrina así lo hizo, pero había un tiempo, no puedo decirles cuanto, a decir
verdad no soy un testigo presencial de lo ocurrido, aun así, intento ser lo más
preciso posible en la redacción de los hechos, y una vez finalizado ese tiempo,
se convertiría en gigante una vez más. Sin embargo, cada beso de la princesa le
daría al gigante un día más en su estado de príncipe.
A lo largo de ese tiempo la princesa se enamoró del príncipe
y lo besó, en el tiempo del hada más un día lo predicho se cumplió, se
transformó nuevamente en un gigante. Pobre, triste, solo y desdichado se sentía
nuestro amigo. La tristeza que lo embargaba aquella noche le hizo salir en
busca de su hada madrina, con la vista nublada por las tinieblas de la nostalgia
en el alma. No vislumbró al camión de refrescos y éste le atropello.
El hombre que conducía aquel camión, apenado por haber
atropellado al gigante, le regalo 2 refrescos, el gigante, para relajarse de la
estresante situación en que se encontraba, le echo una dosis de cocaína y
comenzó a beber, el hada madrina no pudo resistir el antojo de un refresco y se
hizo presente nuevamente, ella tomo el segundo refresco.
El refresco le cayó mal al gigante, necesitaba ir al baño.
Una vez ahí, se dio cuenta de que le había pegado una diarrea explosiva, y pudo
casi contenerla, pero para el gran final, debía dejar salir el más grande y
poderoso flato de toda la velada, al hacerlo salió volando por los aires en
dirección al castillo.
La princesa daba un paseo nocturno en los jardines del
palacio, nuestro gigante no murió en la caída, pues cayó sobre la bellísima
princesa, ella no lo soporto y se desplomo sobre el suelo, el golpe fue tan duro que la deformo y
se hizo fea, y ya feos los dos aceptó al gigante.
Y vivieron, si no felices, feos para siempre.
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