Pero el libro, tal y como debe ser, te aburre. Desertas y lo dejas de lado, y empiezas peor, con tu maldito rock and roll, con lo satánico y lo no satánico, que satánico o no a fin de cuentas es rock y es del diablo, lo mismo da si escuchas a The kooks que a Marilin Manson -es rock, es del diablo y se acabó-, dirían tu madre y tu padre y tus amigos a los que les gustan los corridos y los no corridos pero sí. Y te pones a bailar como loco (esto último tal vez se debe a que efectivamente eres un maldito loco, enfermo desquiciado hijo de puta) en calzoncillos, y el sujeto del espejo se aparece semi-desnudo con unos boxers iguales a los tuyos, a decir verdad, comienzas a pensar que ese sujeto te a estado espiando durante todos los días de tu vida, que no es nada tonto y que se disfraza o cambia su apariencia para que tú no lo descubras. Pero ahora que lo piensas bien, ese hombre que tienes enfrente, que te mira fijamente, y que coincidentemente hace los mismos ridículos pasos de baile que haces tú (¡cómo conoce esos pasos si no te espía!) se parece mucho al hombre que estuvo frente a ti esta mañana, y la noche anterior, y la anterior a esa. Se parece mucho al hombre que se rompió el brazo (muy sospechosamente) hace un par de años a la par que tú, sólo que mientras tu brazo roto era el derecho, el suyo fue el izquierdo, como si quisiera robar tu identidad, como si quisiera jugar ese estúpido juego de la simetría perfecta que tenían los adolescentes en sus estúpidas clases de teatro. Pero debes ser escrupuloso, no perder la calma, cualquier buen estratega de cualquier tipo sabe que la tranquilidad es la base de cualquier victoria. Por el momento, decides que lo mejor será mantener vigilado y a raya a ese sujeto tan particularmente extraño. Pones una silla y te sientas frente a él. Después de tanto tiempo es claro que sabe de alguna manera como piensas, conoce tu plan, sabía lo que harías, y claro, ha decidido jugar tu maldito juego, el cual nunca has jugado y en el que probablemente perderás una y otra y otra vez hasta el olvido, hasta ayer, la existencia o un cigarrillo quemado en el aire entre humo y humo y cenizas y humo y cenizas y cenizas y muerte. Así, sabiendo con certeza el siguiente paso, también acercó una silla y se sentó; y se miraron fijo...
Y se miraron fijo...
Y se miraron fijo...
Humo, cenizas, tabaco, cenizas, humo, café, cenizas...
Y se miraron fijo...
(Otro pequeño sorbo al café -amargo-).
Después de dos horas, tres cafés (preparados simultáneamente) y dos tabacos (fumados a la par por mera coincidencia), tú y aquel extraño hombre son los mejores amigos que jamás han existido ni existirán, pero que a pesar de ello existen. Estás con él, sentado, escribiendo y describiendo tu día entre letras y letras y palabras y acciones.
Y lo peor:
La s(o/u)ciedad no los entiende.
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