Samuel está sentado en la puerta de la entrada, el día, como
siempre, está tranquilo, Samuel ve pasar a alguien, por alguna extraña razón que
él desconoce le sigue con la mirada hasta doblar la esquina, toma aire, y por
alguna extraña razón (que tal vez sea la
misma), se levanta y lo sigue él mismo.
El extraño parece darse cuenta de que lo persiguen, voltea; “mierda”,
piensa Samuel, “no es posible, seguro que estoy soñando”, Pero Samuel había
tenido razón.
El extraño entra en un callejón, a la mitad, del lado
derecho un contenedor de basura. Sé lo que se piensa al leer eso: “pero, qué
cosa sin importancia”.
Y es correcto, ese contenedor no tiene importancia alguna,
aún…
Era un callejón sin salida, Samuel no dejaba de preguntarse
por qué el extraño huía, y si lo que había visto era real…
El extraño llego al fondo, recorrió la barda con sus palmas
milimétricamente como buscando una salida, un pasadizo secreto, algún lugar por
dónde escapar, alguna clase de esperanza. No había, no había ninguna otra
opción, el extraño suspiró, se dio la vuelta y se preparó para lo que venía.
Samuel entró en el callejón, se acercó a su paso normal, de
hecho, estaba sorprendido de haberlo seguido tan de cerca aun después de no
haber apretado el paso cuando él lo hizo.
Por fin Samuel se detuvo, y ahí estaba él, ahora al fin de
esa larga caminata estaban los dos frente a frente.
“Mierda, -volvió a pensar Samuel-, no me lo he imaginado”.
Lo que Samuel veía frente a sí no era un extraño, era él, un
personaje increíblemente idéntico a Samuel, era como un espejo en tercera
dimensión, y más que un espejo, porque un espejo solo refleja lo que hace la
persona, pero aquel desconocido
reflejaba más que sólo sus acciones, reflejaba sus sentimientos y
emociones, reflejaba la esencia misma de sus ser, el sentimiento enloquecedor
de esquizofrenia que le da cada vez que se siente perseguido,
Su forma de casi imperceptible de apresurar el paso, el
mantenerse total e infinitamente sereno exteriormente aun cuando siente que su
corazón va a colapsar y colapsa, el no detenerse hasta que no le queda opción,
aún sin saber si es verdad si lo persiguen, (que hasta ahora nunca ha sido el
caso, exceptuando la vez en que su novia le quería dar una sorpresa, y convencida
de que la había visto, de que sabía exactamente quién era y de que la estaba
evitando lo dejó. Seguro que dejarlo iba a ser la sorpresa y utilizó eso de
pretexto). El no sentirse capaz de defenderse ni siquiera porque siempre carga con él una pistola semi-automática
que había conseguido hace tres años, en sus primeros ataques de esquizofrenia.
A Samuel siempre le ha asustado el pensar en qué sería capaz
de hacer en una situación como ésta, en la que el perseguidor lo tuviera acorralado, y tenía miedo, y eran dos miedos,
el miedo lógicamente obvio, y el hasta dónde sería capaz de llegar para no ser
atrapado. Y si aquel extraño era verdaderamente un reflejo de su ser; estaba a
punto de averiguar lo segundo.
El extraño metió la mano en el bolsillo de su pantalón,
cuando saco la mano, sujetaba un arma semi-automática, apuntó, del cañón del arma
salió una bala, Samuel cayó al suelo, bajo su torso había un río de sangre
corriendo que nacía de su cuerpo, de la herida de una bala.
Un extraño, corriendo fuera de dicho callejón, doblando
hacía la derecha en la esquina más cercana, perdido entre la multitud, con
lágrimas en los ojos, llorando, corriendo sin rumbo alguno, aún si creer lo que
acababa de hacer, pero sabiendo que lo hizo…
En la acera de enfrente una niña vio la escena, se acercó a
Samuel, miró como yacía en el suelo su cuerpo agonizante, como con cada trabada
y mortal respiración se le acaba de poco el alma y las fuerzas para luchar el
seguir con vida. La niña pensó la situación, y decidió ayudar a Samuel. Fue al
cubo de basura y buscó algo, después de encontrarlo volvió con Samuel, que tal
vez pudo haber vivido; pero su suerte fue otra, pues la niña empuño el objeto
misterioso que saco del cubo y se lo clavó en el corazón. Samuel murió al
instante, la niña rompió en llanto junto al cuerpo, y el sonido de una patrulla
cada vez más cerca invadió el callejón.
Minutos después un coche policial se estacionó en la entrada
del lugar, la niña seguía sollozando junto al cuerpo inanimado, la luz
crepuscular iluminaba sus bellos ojos verdes, ahora rojos de tanto llorar.
-Que triste escena- pensó el oficial.
Unos ojos se abrieron en la penumbra de la noche, un cuerpo
sudoroso se levanta de la cama, sudoroso a pesar del frío de la noche de
invierno, el hombre fue a su escritorio, buscó en el cajón de la derecha y tomó
su arma, sus manos comenzaron a temblar, su rostro dejo ver una sonrisa y
Samuel se sintió terriblemente poderoso.
Después de pensarlo indefinidamente lo había decidido,
aquello había sido un sueño, pero pensar en que era capaz de asesinar carcomía
a Samuel desde sus adentros.
Ya en la orilla del río, Samuel miró su arma por última vez,
la llevo a la parte trasera de su cabeza, cerró los ojos y tomó valor, del
puente descendió un bulto y el río casi no salpicó agua.
Samuel estaba orgulloso, jamás pensó en el suicidio, pero
sabía que haber tirado el arma al río podría ser un suicidio, y aún así lo
hizo.
Camino a casa se sintió perseguido.
Está vez era cierto...
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