-La muerte está afuera, amor...
-Voy a comprar comida -dijo la madre una semana después desde la puerta de la casa-. No tardo -agregó con una mirada tan dulce como la miel de sus ojos, con esa sonrisa tan sincera que le hizo creer a la niña que todo terminaría pronto. Pero su madre no volvió.
Tiempo después todo terminó y la niña pudo salir de casa, una tarde de mayo, el cielo estaba despejado, los pájaros cantaban y se respiraba un fresco aire de paz. Esa tarde era la definición de «día perfecto», pero la niña estaba sola.
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