jueves, 9 de abril de 2020

Una mujer de ciudad.

Es complicado explicar las sentimientos que mi mente invaden cuando el hemisferio derecho de mi mente se propone comenzar a trabajar. Con ese afán de imaginar cosas nuevas y de descubrir el mundo sin salir del cómodo sofá, sin despegar la nariz del usado, gastado y destartalado libro encontrado en ese bello librero de madera que alberga todo el universo. Sin despegar los labios de la taza de café que en la mesa descansará cuando termine su placentero sorbo.

Es complicado también explicar la felicidad de la vida cuando uno la disfruta; así como el suplicio que padece el hombre cuando la depresión le carcome hasta los huesos.

Resulta complicada la vida,
sencilla la muerte.

Quisiera tomar por los cuernos el toro y domar hasta el fin de la pradera que llamamos mundo a la gacela.
Entretener a la niña caprichosa que llamo alma y ganar el eterno (no tan eterno al parecer, jamás perpetuo, finito e impredecible) juego que llamamos vida.

Hace tiempo que me he preguntado si todos pueden llegar a gozar esto que yo. Las personas de ciudad por ejemplo, van leyendo lo que nosotros, las personas de sillón escribimos, y cuando escribo por ejemplo que disfruto y no deseo salir del cómodo sofá con un afán de imaginar cosas nuevas y descubrir el mundo de mi libro tomado del bello librero de madera que alberga todo el universo y un buen café al que voy a seguir sorbiendo todo el día, las personas de cuidad -ilusas y tontas-, se convencerán a si mismas que es algo de lo que les gustaría disfrutar también. Convencidas, por que se convencen de que si tuvieran la oportunidad no perderían ni un párrafo de su lectura, no habría rincón del sofá que no conociera la silueta de su cuerpo -al menos eso sí lo cumplirían si se vieran obligados-, saborearían el café más que en su trabajo de empresa mal pagado y por fin podrían decir, leí uno de los libros del librero, mismos que llevan acumulando polvo desde que fueron comprados con el afán de leerse pero no han tenido oportunidad.

Un par de semanas atrás, alguien llamó a mi puerta, algo curioso, hace algunos 50 años que no recibo visita alguna, la puerta de mi apartamento solo la he tocado yo desde que lo compre a más de medio siglo. Invadido por la curiosidad abrí la puerta. Era mi vecina de enfrente, una mujer joven, alrededor de 25 años, con la cual nunca en mi corta vida he cruzado ni siquiera un buenos días. Miré hacía abajo y tenía una maleta, pequeña, de esas en las que metes dos o tres cambios antes de partir, ella sonrió. Dormí en mi cómodo sofá, con la esperanza de soñar cosas nuevas y conocer el mundo...

Amaneció lloviendo, terminaba de preparar -acto para el cuál me vi obligado de salir del cómodo sofá- café cuando la joven mujer salió de la habitación; maleta en mano. Uno les da un café y ellas se quedan dos semanas. Un truco que me hubiese gustado sirviera en mis tiempos de juventud.

Desempleada, con una liquidación que da para vivir cómodamente todo un año si solo te preocupas por vivir, sino quieres andar de fanfarrón en fiestas o no sales de vacaciones a la playa; seis meses si vas. Con un hombre que parece no hacer nada pero que goza de una economía estable.

¿Ella será muy joven o seré yo el que ya está viejo para el mundo actual?
Un día llovió y se quedó conmigo, quería contarme sobre su desempleo y todas las situaciones de la vida alrededor de ese factor. No la deje, de todas formas no la entendería, jamás he tenido un empleo y no veo nada de malo en la falta de él. Mira -dije asomando a la ventana- está lloviendo. Me gusta cuando llueve porque es el clima perfecto para tomar café. Hay otra cosa con la lluvia y el café cuando se juntan, no se habla de trabajo, sino de arte.
Y pasamos todo el día hablando de trivialidades -aunque nada tan trivial como el trabajo, ni el gobierno, ni el consumismo-, riendo, leyendo.
Todos los días pudieron ser así a partir de entonces, pero ella insiste en salir cada mañana a buscar empleo, mientras yo la espero imaginando cosas nuevas y de descubriendo el mundo sin salir del cómodo sofá, sin despegar la nariz del usado, gastado y destartalado libro encontrado en ese bello librero de madera que alberga todo el universo. Sin despegar los labios de la taza de café que en la mesa descansará cuando termine su placentero sorbo.
Ella tiene todo el tiempo del mundo ahora y hace todo menos darse tiempo para sí, creo que al final no era que no hubiera oportunidad.

Pero ella no nota que el tiempo es ahora, después de todo es una mujer de ciudad.

Photo Instagram: joanaguinart

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