lunes, 20 de julio de 2015

Mirar al infinito.

"Ella estaba ahí, lejana, distante, inalcanzable. Ella con su cabello rizado, sus ojos cafés, su cintura estrecha, sus labios rojos.
Él la ve fijamente a los ojos, la mira, la mira y la mira..."

-Erick Quezada.




En ese momento ella advirtió que la miraba, que la miraba perdidamente, con una mirada tan profunda que ni siquiera yo tenía el control sobre mi ojos, se acercó, no me di cuenta que lo hacia, no me di cuenta porque estaba perdido en aquellos ojos color café, en su profundidad, su profundidad era infinita, no me interesaba la distancia, sólo sus ojos, sus bonitos ojos, la miraba y miraba al infinito…


-¿Por qué me miras tanto? – preguntó, ahora me percaté de que estaba cerca de mí (demasiado cerca como para no querer morir de la vergüenza de tener que hablarle.) Su pregunta no venía en tono de enojo, incluso tenía la esperanza de que…  estaba temblando, mis nervios crecían poco a poco, una vez más quería morir, no sabia que responder, debía armarme de valor o de coraje o cobardía o lo que fuera pero armarme y responderle algo.

-Olvidado- dijo al ver la incapacidad que tenia de responder, se dio media vuelta y se…

-Eres lo más bonito que tengo para mirar.- Dije de pronto, con una determinación que a mí mismo se sorprendió, ella no se marchó, al oír mis palabras re-volteó hacia mí.

-Mi amiga también es bonita.

-¿Tu amiga?, ¿cuál?

-La que siempre está conmigo.

-Perdón –dije yo-: debo ser un imbécil por no notarlo, aunque en parte es culpa tuya, por no dejar de distraerme.

-Debo ser muy bonita entonces.

-Es probable –había algo en ella que me inspiraba confianza y aventuré a bromear (incluso sabiendo que si no salía como esperaba la perdería, probablemente para siempre)-: aunque cabe la posibilidad de que yo tenga malos gustos.

Ella sonrió, y de una manera tan bella que… ¿de qué hablaba?... No sé, pero sabía que no la había ofendido, que por el contrario, le había gustado mi irreverencia.

-También puede ser cierto.  –Pensó por un momento, y después se sentó a un lado mío y pregunto-: ¿hace mucho que me miras?

-Un poco, recuerdo diariamente mirarte desde aquí, cada día a está hora vienes y platicas con alguna amiga en esa banca de allá enfrente.

-¿Un poco? –Dijo en tono burlón.

-Perdón, me gustaría decir que no lo vuelvo a hacer pero estaría mintiendo –y la verdad es que  tampoco me gustaría decir eso.

-No te preocupes –Esas palabras me sonaron a gloria una vez que ella las pronunció, oficialmente tenía permiso de mirarla y lo haría. –Lo extraño, es que nunca lo había notado.

-Es porque normalmente no era evidente, trataba de ocultar que te miraba y lo hacía bien; claro que tenía unas excepciones, pero no eran a voluntad, hay ocasiones en  que me pones tan pendejo que me olvido que no quiero que me veas. Que me olvido de todo. De todo menos de ti.

-¿Cómo hoy? –Asentí, y ella se sonrojo y sonrió. Una vez más su sonrisa me hizo morir… La quería tanto en tan poco tiempo… me sentía un idiota. Lo era. Y ella empeoraba mi estado.



Platicamos de tonterías por un rato. De cuando en cuando yo le pedía que sonriera sin previo aviso, podía estar diciendo algo como –había frente a nosotros un puesto de enchiladas –cuando de pronto me interrumpía de una manera muy abrupta y decía –sonríe- solamente para continuar con la narración que había comenzado. Era tan tonto que la hacía sonreír. Y al final era eso. Su sonrisa. Era todo. No importaba más ni importaría jamás.

-¿Cómo estás? –Pregunté, dándole una vez más un giro de broma a serio a nuestra conversación.

-Bien –Sonriendo, yo la miré y estaba sonriendo.

-Perdón por no preguntar antes, pero quiero que sepas que si quería saberlo, y que quería que sonrieras.

-Gracias por querer saber como estaba -dijo agachando la mirada.

-Gracias por sonreír –dije, sin saber que mi respuesta desataría una de esas cursis y ridículas guerras de gracias en la que me encantó participar.-Debo decir que me encanta tu sonrisa, es muy linda, como tus lindos ojos.

-Gracias  por decirme cosas tan bonitas. –Tiró la bomba.

-Gracias por ser tan bonita. –Le arrogue una granada como respuesta, ¡cómo iba a perder una maldita guerra!

-Gracias, pero no soy tan bonita.  –Fue como un balazo a media cabeza. Pero la bala no me dolió. Calcó la palabra “tan” de tal manera que me hizo reír.

-Perdón, tal vez tengas razón. Pero lo eres para mí. –Y con tal respuesta renuncié a la guerra de gracias (al parecer me había matado).

-Cierto, -dijo riendo- olvidaba que soy uno de sus gustos raros.

-Me alegra que lo seas.


Y la tarde se nos fue. Y no importó. No me importó. Porque se fue y yo me quedé. Y me quedé a su lado. Esa misma noche le mande un mensaje:

-Buenas noches, perdone la imagen, pero la vi y pensé en vos. Desde sus primeras palabras hizo morir mi corazón, escuchar su voz fue mágico, repentinamente mi corazón se aceleró (le juro que todavía me tiemblan las rodillas). –Y adjunté una imagen de una mujer tocando la luna menguante de abril (estoy seguro que esa luna era de abril) y la cita de la siguiente frase de Mario Benedetti-: “Qué bonito es saber que usted existe”.

-¿Te temblaron las rodillas?, ¿por qué? –respondió, en ese momento casi moría, le mande ese mensaje, pero jamás pensé que me respondería y lo hizo.

-Sí. No sé. Me pones nervioso. Cuando te miro me tiemblan las rodillas. –Decidí cambiar sutilmente de tema, de una manera apenas perceptible.-: Creo que deberías sonreír al leer esta parte del mensaje (apuesto a que lo hiciste (y también al leer la apuesta (y al leer que lo leíste, (perdón, son muchos paréntesis)))).

-No deberías ponerte nervioso, no te haré nada. Me gusta cuando me escribes cosas entre paréntesis. Cuando lo haces siempre logras hacerme sonreír.

-Me gusta que sonrías. Y más si en por mi culpa. Pero, ¿qué pasa si yo quiero que me hagas algo?

-De pende, ¿qué?

-Lo que sea. Algo. La nada suena abrumadoramente vacía.

-Perdón, pero la  verdad es que no entendí tu mensaje.

-No importa. Te daré un curso intensivo de lo que significan mis mensajes y lo que te digo en ellos: no importa lo que te mande, literalmente no importa, puedo escribirte lo que sea y siempre significará lo mismo: “Te quiero. Hazme el favor de sonreír.”

-Gracias, sí lo hice.

-Cuando quieras te repito el curso.

-¿Crees que alguna vez lo necesite?

-No. Pero quiero estar seguro de que aun en la palabra “mierda” vas a sonreír y saber que te quiero.

-¿Ya me quieres?, ¿tan pronto?, ¿cómo sabes lo que sientes?

-Tal vez para ti sea pronto porque apenas me conoces hoy, pero hace mucho tiempo que yo te pienso, hace tanto que me miro a escondidas, si te dijera que ya te quiero no sería pronto. Pero en realidad no lo sé. No estoy seguro de quererte, pero creo que lo hago porque no hago más que pensar en ti (excepto cuando no lo hago, entonces sí no pienso en ti.) “Yo no lo sé de cierto, lo supongo.” En palabras de Sabines.

-No deberías hacerlo, pensar en mí es perder el tiempo. ¿No crees?

-Sí. Y es la manera más linda que tengo de perder el tiempo.

-Eres un imbécil, me haces sonreír y ni siquiera me lo pides. Supongo que al saber eso tú también sonreíste.

-Como un idiota.

-Es la manera más bonita de sonreír.

-En ese caso, sonríe como una idiota.

-Lo hago. Créeme.

-Adivina que estoy haciendo. –Envié para cambiar de tema, y su respuesta hizo que hiciera lo que 
dijo.

-Sonreír como un idiota.

-No. Bueno sí, pero no era eso lo que debías de adivinar.

-¿Qué es lo que haces?

-Escribo… para vos. Y usted me está ayudando. –Era obvio que no entendería el porque me estaba ayudando, pero cuando terminará de escribir se lo daría, y al leerlo entendería porque. Porque lo que escribo es esto, esto es lo que lee, me ayudó a escribirlo con el simple hecho de platicar conmigo.

-Quiero leerlo.

-Está muy largo –y seguíamos platicando, sinónimo de que no había terminado, pero eso no se lo diría-, mañana te lo envío, ¿te parece?

-Está bien, mañana lo espero.

-Créeme que pensarás que soy un imbécil, (no podrás dejar de sonreír).

-Cuando lo lea te digo si eso pasó.

-Por favor. (Espero que sí suceda. Nada me haría más feliz que saber que te hice sonreír (algo así como en estos paréntesis pero más)).

-Amas los paréntesis, ¿verdad? –Preguntó sonriendo, estoy seguro de que sonreía.

-No, pero los uso cuando son total y absolutamente necesarios. (No, la verdad si me encanta usarlos).
-Casi no se nota. Me gustan.
-A mi me gusta usted. (Pero al igual que los paréntesis casi no se nota). –En cualquier otro momento ese seria el final de mi mensaje; pero agregue-: Ahora por favor sonríe.

-Deberías controlar eso.

-¿Controlar qué? –Pregunté solo para leerlo de su letra, porque yo sabía a lo que se refería, llevaba todo el día haciendo lo mismo.

-Hacerme sonreír todo el tiempo. –Lo sabía, pensé.

-Perdón. Pero me gusta que sonrías.

-Me gusta como me escribes. Nadie me había escrito tan bonito.

-Tal vez contigo puedo escribir bonito, pero en parte es tu culpa, (de hecho la culpa es completamente tuya), al hacer que piense todo esto al pensar en vos.

-Amo que las personas escriban así (y eres la primera que lo hace por mí).

-Los paréntesis son como una enfermedad. (Creo que te la estoy contagiando).

-No parece ser una mala enfermedad. (Ya lo noté).

-¿Cómo saber si no es mala?, ¿quién sabe?, tal vez algún día ame tanto a los paréntesis que se olvide 
de mí. (Ese día escribiría mi nombre una y mil veces, (y mil veces más (y otras mil hasta la eternidad)) mi nombre en un paréntesis para que me recuerde). –Me leyó y se sonrojo. Se sonrojo y sonrió. Estoy seguro. Estoy más que seguro que lo hizo.

-Ya empiezo a querer a los paréntesis.

“Maldita sea. Ya comenzó, mejor cambia de tema antes de que te olvide” –pensé.

-Adivine -Atiné a enviar.


-¿Qué pasa? –Preguntó.

-Que usted es hermosa.

-¿Aún con mi corte de niño? –Se había cortado el pelo. Se veía hermosa. Pero como toda mujer, con 
su cabello era muy exagerada.

-Sí, grrrr, (imagine un gruñido sexi).

-Yo pienso que se ve mal.

-Sí, en ese caso volvemos a la teoría de mis malos gustos.

-Que mal gusto tienes.

-Completamente jodido -respondí…

Sonrió al leer este relato. Estoy seguro que sonrió.


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