domingo, 29 de octubre de 2017

Habano sobre la mesa.

Ese maldito negro soltó el humo de su habano sobre mi cara pálida, como decía él.
-No tengo mucho tiempo, no me importan mucho tus motivos, de hecho, si por mi fuera, tú y tus putas nalgas rozadas morirían, pero la pena de muerte no está aprobada el país.
¿Qué debía responder? Esa no era una pregunta. ¿No se supone que sería un interrogatorio?

¡Qué linda mañana esta mañana!, al despertar era temprano y desayuné como pocos días. Y como pocos días, llegué a pensar que sería un buen día. Para qué aburrir con mi relato, aún en el trabajo pasaron 4 maravillosas horas, medio turno de buen día -de mi último buen día al parecer-.

-Pero yo me voy a asegurar que te den cadena perpetua güerito. Un maldito interrogatorio, quieren un reporte policial, los has hecho tú, hay un culpable, ¿qué más quieren?
-Si no quiere preguntar no lo haga, al final pondrá lo que se le venga en gana.
-¡Cállate! -Soltó un puñetazo sobre mi mandíbula apenas tocada.
-Sólo diré que no lo fue por racismo si es lo que piensa. -Dije después de haber escupido, ese golpe fue el peor de la noche.
-¡Dije que te calles! -Esta vez fue en estómago. -Maldito enfermo.

Pero como todo lo bueno se termina, hoy también se terminó, y yo soy el humilde juguete de Dios, ¿dónde estaba Dios hoy como a las cuatro de la tarde?, estaba claro, en una mesa grande y circular, sentado frente a Satanás, -¿Qué has hecho hoy? -Le preguntó. Satanás sonrió, divertido y dijo, lo de siempre, algunos desacuerdos, peleas, muerte y destrucción entre mis sirvientes.
-Novato -vociferó Dios- ¡así te llamas diablo!, ahora mira.
Y me mostró en una imagen telepática que sólo miraban ellos dos.
-Este muchacho no tiene más de 18 años, tiene una mente brillante, trabaja duro y con su salario ayuda a salir adelante a su familia de dos hermanas y su madre. Mira pues como despedazo todos sus anhelos en cuestión de un instante.

-Ahora ve a parametrizar una divergencia que se presenta en aquella área. -Dijo mi jefe al momento que Dios mostraba lo divertido que era jugar si se sabía mover las fichas.

Era el área en que Charlie trabajaba, ese patán, uno de esos cabrones que sólo de ver te dan asco, claro que era un vale verga, que se llevaba con cualquiera; con semejante cara era obvio que nadie se metería con él. Tan buen día que era hoy, pensé.

Al llegar, el Charlie estaba sentado en el piso, cuando estuve junto a él estiró la mano y por alguna razón me agarró los huevos.
-Vuelve a hacer eso -dije yo, y con estas palabras exactas agregué-: y te voy a soltar un vergazo.
Vamos dejando bien en claro una cosa: no soy un hombre malo, ni uno violento, mucho menos soy un tipo rudo. Soy la clase de hombre que no se metería en una pelea, pero me han enseñado que lo más valioso de un hombre es el honor, que su palabra es lo más preciado que tiene y que por ningún motivo a de faltar a la misma; claro que pensé que ese monstruo me acabaría si me atrevía a enfrentarle, mas lo había dicho, y no me quedaba más opción que rezar para que no se repitiera. Y recé. Y se repitió. Mi puño estaba en su cara.

Así pues me puse a trabajar, había cumplido mi palabra. Segundos, casi treinta, pasaron antes que -aún en shock por la incredulidad de que un enclenque como yo lo haya golpeado- Charlie reaccionará. Se levantó del suelo y me grito algo que no pude entender por la adrenalina que comenzaba a sentir. Pero soy un hombre listo, no puedo dejarme llevar por mis emociones ni deseos de riesgos, debo pensar en las cosas y en lo mal que me irá si hago tal o cuál. Si peleaba ahora con él, era claro que me rompería mi lindo rostro -o eso creí, pero creo que eso sería mucho mejor que lo que ha terminado por suceder-, yo no quiero que eso pase, el dolor no me gusta, y menos si está sobre mí, ya le había pagado una vez, mi palabra estaba a salvo, y la única manera de estar a salvo yo era tratando de razonar con ese neandertal, difícil, claro, pero al final de cuentas lo único que tenía.
-La he cagado, ve a recursos humanos y repórtame, así me corren y asunto arreglado.
Para mi desgracia, el golpe que le propiné le había dejado morado alrededor del ojo y sintió como comenzaba a hincharse el lugar.
-¡Y cómo crees que me voy a quedar así!, esta me la pagas.
Soy un hombre valiente, claro que lo soy. Él se abalanzó sobre mí, de alguna forma le empuje y retrocedió por un momento. Muy valiente, pero tampoco soy un tonto, y si corro peligro debo alejarme, no es cobardía, es una regla básica de la supervivencia: el peligro, mientras más lejos, mejor. Así que aproveché esa pequeña brecha para echar a correr. Me persiguió. Soy un hombre rápido, bastante, y él un panzón, pensé o mismo que tú lector piensas ahora, pero para mi sorpresa, sí logró alcanzarme, y me pateó. Eso fue todo, una patada y volvió a su lugar.
Fue todo, terminó, pensé. Pero su hermano vio esa patada -malditas empresas nepotistas-, y que salió a toda prisa preguntando que pedo, un cabrón le dijo que había golpeado a su hermano -poco fue lo que me duro el alivio-, me volvieron entre los dos hasta él, que al verme, se arrogó sobre mí como un animal salvaje, pero yo estaba listo, no había pensado en que hacer cuando ya lo tenía en el piso y golpeando su asqueroso rostro una y otra y otra vez, sin descanso ni pausas, ni preocupación -ya sería Dios quien se preocupara por su alma -tan negra como él--, solo mi puño derecho arremetía fuertes impactos contra su rostro ya deforme, y no paré no siquiera cunado no sabría si la sangre provenía de él o de mis nudillos que no paraban de golpear y de golpear.
Por fin me detuve, cuando mi piel no era más blanca sino rojo escarlata y mi ropa quedo salpicada del mismo color. Cuando mis manos ya no golpeaban sino estaban por detrás de mi espalda con esposas en cada muñeca y un oficial -con una muñeca de pareja- me levantaba para llevarme arrestado.

-Si eres tan rudo por qué no peleas conmigo. -Dijo el oficial Carlos mientras me quitaba las esposas.
-No, ha sido un accidente, un pequeño desvío de todo lo que creo por haber sido cegado por la furia irracional que Dios a puesto en cada jodido juguete que llamamos hombre.
-¡Cobarde! -Gritó y me escupió. Dejo su habano en la mesa, tomó vuelo y volvió a golpear mi rostro.

¿Lo último que Carlos escuchó en su miserable vida?, no lo sé, pudo ser su propia voz gritándome cobarde, o su cráneo romperse después de mi último golpe sobre su vida, no sobre él, puesto que le seguí golpeando hasta que mis heridas en la mano se reabrieron y a mi carne no le quedo más piel alrededor.

Dos negros y dos Carlos en un día. No me gusta pelear, nunca quise matar, pero me parece que Dios me ha dado un talento para ambos, sólo espero que si en prisión alguien me obliga a pelear sea un blanquito de nombre Juan, o entonces sí, hasta yo me tacharé de racista.

Ahora estoy sentado en al silla donde debía haber un policía, no creo que llegue otro antes de que me termine de fumar el habano que me esperaba sobre la mesa.