"Él necesita encontrar un modo de expresar lo que quiere decir."
-Oasis.
Mira el reloj de allá adelante, colocado a mitad de la pared que tiene enfrente, las manecillas forman un ángulo de treinta y nueve grados, considerando al viento tal vez treinta y ocho (porque los caprichos de viento suelen hacer que las matemáticas no sean exactas, que sean un juego de adultos en un mundo infantil o prenatal), es sorprendente que Pedro lo percibe pero aún tiene con él la incapacidad de escribir, y peor aún la tiene sin el conocimiento de la hora porque ante el asunto de los ángulos olvidó que la quería saber y no lo hizo.
Tiempo
que
Pedro
pasa
sentado
pensando
sin hacer
nada.
La mente de Pedro vuelve a él, y aún recuerda la idea que vino del fondo rosado de su uña, pero no deja de pensar en los caballos, abre la ventana y toma aire para seleccionar sobre cuál de estos dos temas escribir; en la casa frente a la suya hay una mecedora, como la que solía usar su abuela, se imagina a sí mismo treinta años en el futuro meciéndose en una silla similar, tal vez incluso la misma, porque cuando de imaginación se trata no hay ningún límite, o nos limitamos a ignorarlos, pensando en este día, en el poema que escribió, y en este momento, las ideas fluyen en su pequeño cerebro.
El día terminó y él no escribió nada, recapacitaba y se preguntaba qué es peor, no tener idea de que escribir, o que la abundancia de ideas no te deje decidir en cual poner tu enfoque. Pasa toda la noche buscando una respuesta.
Busca....
Busca....
Busca....
Ahora café...
Busca...
Para él no hay respuesta, para él ambos son lo peor que le puede pasar a un soñador. Amanece y se da un baño, se prepara un café y se fuma un cigarro a la entrada, vuelve a la mesa de centro de ayer, que le recuerda burlona la incapacidad que tuvo de escribir, las lágrimas brotan de sus pequeños y oscuros ojos, y le recorren las mejillas, Pedro entonces toma su libreta y escribe el más triste y hermoso poema que jamás existirá...
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