Él la ve fijamente a los ojos, la mira, la mira y la mira..."
-Erick Quezada.
En ese momento ella advirtió que la miraba,
que la miraba perdidamente, con una mirada tan profunda que ni siquiera yo
tenía el control sobre mi ojos, se acercó, no me di cuenta que lo hacia, no me
di cuenta porque estaba perdido en aquellos ojos color café, en su profundidad,
su profundidad era infinita, no me interesaba la distancia, sólo sus ojos, sus
bonitos ojos, la miraba y miraba al infinito…
-¿Por qué me miras tanto? – preguntó, ahora me
percaté de que estaba cerca de mí (demasiado cerca como para no querer morir de
la vergüenza de tener que hablarle.) Su pregunta no venía en tono de enojo,
incluso tenía la esperanza de que… estaba
temblando, mis nervios crecían poco a poco, una vez más quería morir, no sabia
que responder, debía armarme de valor o de coraje o cobardía o lo que fuera
pero armarme y responderle algo.
-Olvidado- dijo al ver la incapacidad que
tenia de responder, se dio media vuelta y se…
-Eres lo más bonito que tengo para mirar.- Dije
de pronto, con una determinación que a mí mismo se sorprendió, ella no se
marchó, al oír mis palabras re-volteó hacia mí.
-Mi amiga también es bonita.
-¿Tu amiga?, ¿cuál?
-La que siempre está conmigo.
-Perdón –dije yo-: debo ser un imbécil por no
notarlo, aunque en parte es culpa tuya, por no dejar de distraerme.
-Debo ser muy bonita entonces.
-Es probable –había algo en ella que me
inspiraba confianza y aventuré a bromear (incluso sabiendo que si no salía como
esperaba la perdería, probablemente para siempre)-: aunque cabe la posibilidad de
que yo tenga malos gustos.
Ella sonrió, y de una manera tan bella que…
¿de qué hablaba?... No sé, pero sabía que no la había ofendido, que por el
contrario, le había gustado mi irreverencia.
-También puede ser cierto. –Pensó por un momento, y después se sentó a
un lado mío y pregunto-: ¿hace mucho que me miras?
-Un poco, recuerdo diariamente mirarte desde
aquí, cada día a está hora vienes y platicas con alguna amiga en esa banca de
allá enfrente.
-¿Un poco? –Dijo en tono burlón.
-Perdón, me gustaría decir que no lo vuelvo a
hacer pero estaría mintiendo –y la verdad es que tampoco me gustaría decir eso.
-No te preocupes –Esas palabras me sonaron a
gloria una vez que ella las pronunció, oficialmente tenía permiso de mirarla y
lo haría. –Lo extraño, es que nunca lo había notado.
-Es porque normalmente no era evidente,
trataba de ocultar que te miraba y lo hacía bien; claro que tenía unas
excepciones, pero no eran a voluntad, hay ocasiones en que me pones tan pendejo que me olvido que no
quiero que me veas. Que me olvido de todo. De todo menos de ti.
-¿Cómo hoy? –Asentí, y ella se sonrojo y
sonrió. Una vez más su sonrisa me hizo morir… La quería tanto en tan poco
tiempo… me sentía un idiota. Lo era. Y ella empeoraba mi estado.
Platicamos de tonterías por un rato. De cuando
en cuando yo le pedía que sonriera sin previo aviso, podía estar diciendo algo
como –había frente a nosotros un puesto de enchiladas –cuando de pronto me
interrumpía de una manera muy abrupta y decía –sonríe- solamente para continuar
con la narración que había comenzado. Era tan tonto que la hacía sonreír. Y al
final era eso. Su sonrisa. Era todo. No importaba más ni importaría jamás.
-¿Cómo estás? –Pregunté, dándole una vez más
un giro de broma a serio a nuestra conversación.
-Bien –Sonriendo, yo la miré y estaba
sonriendo.
-Perdón por no preguntar antes, pero quiero
que sepas que si quería saberlo, y que quería que sonrieras.
-Gracias por querer saber como estaba -dijo
agachando la mirada.
-Gracias por sonreír –dije, sin saber que mi
respuesta desataría una de esas cursis y ridículas guerras de gracias en la que
me encantó participar.-Debo decir que me encanta tu sonrisa, es muy linda, como
tus lindos ojos.
-Gracias por decirme cosas tan bonitas. –Tiró la bomba.
-Gracias por ser tan bonita. –Le arrogue una
granada como respuesta, ¡cómo iba a perder una maldita guerra!
-Gracias, pero no soy tan bonita. –Fue como un balazo a media cabeza. Pero la
bala no me dolió. Calcó la palabra “tan” de tal manera que me hizo reír.
-Perdón, tal vez tengas razón. Pero lo eres
para mí. –Y con tal respuesta renuncié a la guerra de gracias (al parecer me
había matado).
-Cierto, -dijo riendo- olvidaba que soy uno de
sus gustos raros.
-Me alegra que lo seas.
Y la tarde se nos fue. Y no importó. No me
importó. Porque se fue y yo me quedé. Y me quedé a su lado. Esa misma noche le
mande un mensaje:
-Buenas noches, perdone la imagen, pero la vi
y pensé en vos. Desde sus primeras palabras hizo morir mi corazón, escuchar su
voz fue mágico, repentinamente mi corazón se aceleró (le juro que todavía me
tiemblan las rodillas). –Y adjunté una imagen de una mujer tocando la luna
menguante de abril (estoy seguro que esa luna era de abril) y la cita de la
siguiente frase de Mario Benedetti-: “Qué bonito es saber que usted existe”.
-¿Te temblaron las rodillas?, ¿por qué?
–respondió, en ese momento casi moría, le mande ese mensaje, pero jamás pensé
que me respondería y lo hizo.
-Sí. No sé. Me pones nervioso. Cuando te miro
me tiemblan las rodillas. –Decidí cambiar sutilmente de tema, de una manera
apenas perceptible.-: Creo que deberías sonreír al leer esta parte del mensaje
(apuesto a que lo hiciste (y también al leer la apuesta (y al leer que lo
leíste, (perdón, son muchos paréntesis)))).
-No deberías ponerte nervioso, no te haré
nada. Me gusta cuando me escribes cosas entre paréntesis. Cuando lo haces
siempre logras hacerme sonreír.
-Me gusta que sonrías. Y más si en por mi
culpa. Pero, ¿qué pasa si yo quiero que me hagas algo?
-De pende, ¿qué?
-Lo que sea. Algo. La nada suena abrumadoramente
vacía.
-Perdón, pero la verdad es que no entendí tu mensaje.
-No importa. Te daré un curso intensivo de lo
que significan mis mensajes y lo que te digo en ellos: no importa lo que te
mande, literalmente no importa, puedo escribirte lo que sea y siempre
significará lo mismo: “Te quiero. Hazme el favor de sonreír.”
-Gracias, sí lo hice.
-Cuando quieras te repito el curso.
-¿Crees que alguna vez lo necesite?
-No. Pero quiero estar seguro de que aun en la
palabra “mierda” vas a sonreír y saber que te quiero.
-¿Ya me quieres?, ¿tan pronto?, ¿cómo sabes lo
que sientes?
-Tal vez para ti sea pronto porque apenas me
conoces hoy, pero hace mucho tiempo que yo te pienso, hace tanto que me miro a
escondidas, si te dijera que ya te quiero no sería pronto. Pero en realidad no
lo sé. No estoy seguro de quererte, pero creo que lo hago porque no hago más
que pensar en ti (excepto cuando no lo hago, entonces sí no pienso en ti.) “Yo
no lo sé de cierto, lo supongo.” En palabras de Sabines.
-No deberías hacerlo, pensar en mí es perder
el tiempo. ¿No crees?
-Sí. Y es la manera más linda que tengo de
perder el tiempo.
-Eres un imbécil, me haces sonreír y ni
siquiera me lo pides. Supongo que al saber eso tú también sonreíste.
-Como un idiota.
-Es la manera más bonita de sonreír.
-En ese caso, sonríe como una idiota.
-Lo hago. Créeme.
-Adivina que estoy haciendo. –Envié para
cambiar de tema, y su respuesta hizo que hiciera lo que
dijo.
-Sonreír como un idiota.
-No. Bueno sí, pero no era eso lo que debías
de adivinar.
-¿Qué es lo que haces?
-Escribo… para vos. Y usted me está ayudando.
–Era obvio que no entendería el porque me estaba ayudando, pero cuando
terminará de escribir se lo daría, y al leerlo entendería porque. Porque lo que
escribo es esto, esto es lo que lee, me ayudó a escribirlo con el simple hecho
de platicar conmigo.
-Quiero leerlo.
-Está muy largo –y seguíamos platicando,
sinónimo de que no había terminado, pero eso no se lo diría-, mañana te lo
envío, ¿te parece?
-Está bien, mañana lo espero.
-Créeme que pensarás que soy un imbécil, (no
podrás dejar de sonreír).
-Cuando lo lea te digo si eso pasó.
-Por favor. (Espero que sí suceda. Nada me
haría más feliz que saber que te hice sonreír (algo así como en estos
paréntesis pero más)).
-Amas los paréntesis, ¿verdad? –Preguntó
sonriendo, estoy seguro de que sonreía.
-No, pero los uso cuando son total y
absolutamente necesarios. (No, la verdad si me encanta usarlos).
-Casi no se nota. Me gustan.
-A mi me gusta usted. (Pero al igual que los
paréntesis casi no se nota). –En cualquier otro momento ese seria el final de
mi mensaje; pero agregue-: Ahora por favor sonríe.
-Deberías controlar eso.
-¿Controlar qué? –Pregunté solo para leerlo de
su letra, porque yo sabía a lo que se refería, llevaba todo el día haciendo lo
mismo.
-Hacerme sonreír todo el tiempo. –Lo sabía,
pensé.
-Perdón. Pero me gusta que sonrías.
-Me gusta como me escribes. Nadie me había
escrito tan bonito.
-Tal vez contigo puedo escribir bonito, pero
en parte es tu culpa, (de hecho la culpa es completamente tuya), al hacer que
piense todo esto al pensar en vos.
-Amo que las personas escriban así (y eres la
primera que lo hace por mí).
-Los paréntesis son como una enfermedad. (Creo
que te la estoy contagiando).
-No parece ser una mala enfermedad. (Ya lo
noté).
-¿Cómo saber si no es mala?, ¿quién sabe?, tal
vez algún día ame tanto a los paréntesis que se olvide
de mí. (Ese día
escribiría mi nombre una y mil veces, (y mil veces más (y otras mil hasta la
eternidad)) mi nombre en un paréntesis para que me recuerde). –Me leyó y se
sonrojo. Se sonrojo y sonrió. Estoy seguro. Estoy más que seguro que lo hizo.
-Ya empiezo a querer a los paréntesis.
“Maldita sea. Ya comenzó, mejor cambia de tema
antes de que te olvide” –pensé.
-Adivine -Atiné a enviar.
-¿Qué pasa? –Preguntó.
-Que usted es hermosa.
-¿Aún con mi corte de niño? –Se había cortado
el pelo. Se veía hermosa. Pero como toda mujer, con
su cabello era muy
exagerada.
-Sí, grrrr, (imagine un gruñido sexi).
-Yo pienso que se ve mal.
-Sí, en ese caso volvemos a la teoría de mis
malos gustos.
-Que mal gusto tienes.
-Completamente jodido -respondí…
Sonrió al leer este relato. Estoy seguro que sonrió.
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