"Mi necesidad de verla era tanta que dolía".
-Lorena Amkie.
Recuerdo aquel día como recuerdo pocas cosas en la vida, con un recuerdo vívido, más que vívido, es una de esas veces que no se recuerdan con la mente sino con el corazón, y cuando se recuerda con el corazón tu cuerpo queda vacío, tu corazón recuerda y tu alma viaja en el recuerdo, y tu cuerpo inerte en la silla no deja de contemplar aquella foto, aquel corazón y aquella alma divagante en el recuerdo de esa niña:
Yo había ido al parque, primero fui a los columpios, ¿imaginan a un joven de 15 años en los columpios?, en ese entonces yo tenía 15 años, recuerdo tenerlos y tener la cadena del columpio sujeta entre mis manos para no caer, al tiempo me aburrí, así que baje del columpio, también recuerdo que antes me divertía más, ahora sólo era un péndulo (y eso era fascinante, debo admitir que la idea del péndulo me parece fabulosa), al que a veces le daba con el suficiente vuelo para sentir la adrenalina correr con mi sangre por mi cabeza. Fui a una mesita donde había sombra, la cual provenía de un gran y majestuoso árbol que estaba a mi lado izquierdo, eran las 10 de la mañana, quiere decir que el este estaba a mi lado izquierdo. Tomé un libro de poemas que llevaba conmigo, del autor: Jaime Sabines, mi poeta favorito. Y así seguí leyendo un rato.
Levanté la vista, había una linda niña jugando allá adelante, (pero no me crean un pedofilo pervertido, cuando digo niña me refiero a que tenía más o menos mi edad).
La miré fascinado, como si fuera la cosa más bonita que hubiera visto en mi vida, (y así era, ella era la cosa más bonita que había visto en mi vida).
Decidí acercarme, expuesto a que me rechazara.
-Hola -dije yo. Nervioso, infinitamente nervioso, pero podría jurar que por fuera aún parecía en control de mí. Ella se acercó y me dijo hola, mis manos comenzaron a temblar, la sangre en mi cabeza me haría colapsar, mis pensamientos me llenaban el cerebro todos a la vez y yo sólo me consolaba en sus ojos verdes, que con el sol podían parecer azules pero no, eran verdes, enteramente verdes y eso me encantó, así como me encantó todo su ser, pero mis manos seguían temblando, en ese momento mis nervios si eran infinitos, ya no podía disimular, le pedí una foto y accedió, la tomé con mis manos temblorosas, ella salió hermosa, la miré una vez más a los ojos verdes... Quería quedarme ahí por siempre mirándola, quedarme mirándola por siempre, por siempre y un día más, pero mis manos seguían temblando y mis nervios me vencieron, tenía miedo, miedo de arruinarlo todo, y lo arruiné, ese miedo que sentí me hizo huir.
No la volví a ver, pero al menos conservo su foto.
Esa que ahora mismo miro para recordar.
O mejor dicho, miro al recordar.
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