jueves, 23 de agosto de 2018

Cuidar tus pasos.

Estando estos días en la facultad del pensamiento mismo (¡oh, hace cuánto que llevaba sin pensar), he llegado a algunas conclusiones.
Entendaran ustedes que nunca tuve la facilidad de la sapiencia, tampoco soy habilidoso con las manos y menos aun nací con la facultad nata de ser un lider.
Recuerdo ahora, como todos los días de mi vida recuerdo, cuando en aquella ocasión al caminar por una calle poblada de hermosas mujeres en mi plena juvetud, cuando la arrogancia del poderío juvenil dominan la conciencia y las hormonas descontroladas no te dejan pensar en otra cosa que no sean esos hermosos seres femeninos.
Caminaba entonces gallardamente, como gallardamente me contengo de caminar por la lección aprendida aquel ahora ya lejano día.
Pensando que gallardeo tal hacía que todas y cada una de esas bellas mujeres al mirarme, soñaran con alguna vez siquiera tener la oportunidad de que mi oído se puesiese atento a la más mínima de sus palabras, una al menos escuchara de su boca.
Oh, maldita arrogancia del hombre, era tanto y tan grande que me sentía, como todo adolescente inculto, incluso me sentí flotar y me olvidé (literalmente) del suelo que mis píes pisaban, y entonces, en un desnivel, un bache de banqueta mi equilibrio (que debo decir tampoco era muy bueno) fue perdido y caí en el fango formado una noche antes por la lluvia de agosto.
Me levanté entonces del suelo (pero también del suelo de la exageración descontrolada tuve la oportunidad de levantarme), y me dirigí a ese lugar que siempre había visto como una simple casa, como una vil estructura mal construida (puesto que yo venía de familia pobre).
Me lavé, y mientras me lavé el lodo me entregué a la facultad del pensamiento.
El lodo no fue lo único qué lave ese día: lavé también mi corazón.
Al salir de ese extraordinario lavado de cuerpo y alma, entendí que el nacer no lo es todo.
Ahora, poco a poco trato de adquirir sabiduría, y práctico todo aquello que me gusta y en lo que era malo, porque a base de esfuerzo; en algún momento me volveré el mejor. Y el conocimiento que adquiero con el esfuerzo que práctico me convertirán en lider. Y entendí que la mujer es demasiado inteligente como para figarse en un niño bonito que solo sabe andar por la vida fanfarroneando al caminar. Descubrí la importancia de mirar en dónde pisas (y no solo hablo del suelo y sus relieves), que la lluvía de agosto es más llevadera desde la mesedora con un café si la vez por la ventana.
Que mi casa no era casa; sino hogar. Que el vil era yo y su estructura amor.
Que mi familia no era pobre; sino humilde. Y sí; que el pobre era yo...
Que tú no eres un lector; sos un amigo.



Orizaba, Veracruz.

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