martes, 23 de diciembre de 2014

El poema de Pedro

"Él necesita encontrar un modo de expresar lo que quiere decir."
-Oasis.

Pedro está sentado dispuesto a escribir un poema. Piensa en cómo empezar sin tener una sola idea (como es de suponerse tampoco tiene dos o tres ideas, literalmente no tiene una sola) bebe de su café, preparado recién, de su café perfecto, caliente, cargado y no muy dulce, como la vida; tal y como el gusta a Pedro (pero un café caliente a la hora de escribir no sirve de mucho si no escribes). Mira al techo, respira profundo y piensa en su día, supone que debió de haberle pasado algo interesante, pero no le había pasado nada, lo más interesante que hizo (porque lo hizo el mismo), fue untarle mantequilla al pan con un tenedor y no un cuchillo, y lo hizo por no querer lavar el que estaba sucio en la repisa.
   Mira el reloj de allá adelante, colocado a mitad de la pared que tiene enfrente, las manecillas forman un ángulo de treinta y nueve grados, considerando al viento tal vez treinta y ocho (porque los caprichos de viento suelen hacer que las matemáticas no sean exactas, que sean un juego de adultos en un mundo infantil o prenatal), es sorprendente que Pedro lo percibe pero aún tiene con él la incapacidad de escribir, y peor aún la tiene sin el conocimiento de la hora porque ante el asunto de los ángulos olvidó que la quería saber y no lo hizo.

 Tiempo
            que
                  Pedro
                               pasa
                                        sentado
                                                     pensando
                                                                     sin hacer
                                                                                       nada.                                                                       
               
Pedro se resigna a no escribir, se levanta y toma un corta uñas, pensando en cortar ligeramente las de sus manos, comienza con el meñique de la izquierda, mira el fondo rosado de su uña, una rebuscada (palabra que es perfecta puesto que es una idea bastante cuestionable y es una idea, una idea a fin de cuentas, y Pedro buscaba una desde hacía mucho tiempo y al fin, por incoherente que pareciera la había encontrado) idea atraviesa su mente, vuelve a su mesa de centro para escribir aquello que tardó tanto en pensar y al mirar el lienzo en blanco piensa en un caballo blanco y en uno café, los caballos se relinchan el uno al otro, supone que discuten, pero no puede entender los relinchos de un caballo, pueden estar hablando de lo desagradable que es ser montado, del frío de aquellas noches a la intemperie del campo bajo la luz consoladora de cientos o miles de estrellas, incluso de cuanto pasto eran capaces de comer, todo esto sin que Pedro lo imaginara.
 La mente de Pedro vuelve a él, y aún recuerda la idea que vino del fondo rosado de su uña, pero no deja de pensar en los caballos, abre la ventana y toma aire para seleccionar sobre cuál de estos dos temas escribir; en la casa frente a la suya hay una mecedora, como la que solía usar su abuela, se imagina a sí mismo treinta años en el futuro meciéndose en una silla similar, tal vez incluso la misma, porque cuando de imaginación se trata no hay ningún límite, o nos limitamos a ignorarlos, pensando en este día, en el poema que escribió, y en este momento, las ideas fluyen en su pequeño cerebro.

El día terminó y él no escribió nada, recapacitaba y se preguntaba qué es peor, no tener idea de que escribir, o que la abundancia de ideas no te deje decidir en cual poner tu enfoque. Pasa toda la noche buscando una respuesta.
Busca....
              Busca....
                           Busca....
                                          Ahora café...
                                                             Busca...

Para él no hay respuesta, para él ambos son lo peor que le puede pasar a un soñador. Amanece y se da un baño, se prepara un café y se fuma un cigarro a la entrada, vuelve a la mesa de centro de ayer, que le recuerda burlona la incapacidad que tuvo de escribir, las lágrimas brotan de sus pequeños y oscuros ojos, y le recorren las mejillas, Pedro entonces toma su libreta y escribe el más triste y hermoso poema que jamás existirá...

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